Estuve en Las Vegas este pasado abril y, si bien la mayoría de la ciudad estaba operativa, muchos de sus atractivos de entretenimiento, como los espectáculos en interiores, seguían suspendidos. Con las opciones limitadas, escogí visitar el museo del Titanic, ubicado en el hotel Luxor.
Como preadolescente de finales de los 90’s siempre he sido un gran fan de la película. Viví toda la titanicmanía de 1998, la cual, curiosamente, coincidió con la apertura de los primeros cines multiplex en mi país. El fenómeno causó una gran impresión en mí y, por ello, sabía que tenía que asistir a esta atracción. Hay una versión de esta exhibición que viaja por el mundo y me la perdí cuando estuve en Bruselas hace unos años, por lo que, esta vez, visitarla era básico.
Aunque el museo no tiene nada que ver con la cinta de James Cameron, es un vistazo al glamour y la mística del trasatlántico más famoso del siglo XX. Tiene más de 350 artefactos recuperados del naufragio, recreaciones de las áreas más conocidas e inclusive un fragmento de 15 toneladas del casco del barco. La verdad, es un recorrido fascinante y una visita obligada para quienes se sienten intrigados por este suceso histórico o les apasiona la película.
La atracción está ubicada en el interior del hotel, un piso más arriba del área del casino, antes del patio de comidas. A lo que ingresas, te entregan un pase de abordar con los datos de uno de los pasajeros. La idea es que asumes el papel de esa persona y, al final, escaneas un QR en el que te dice si sobreviviste o naufragaste. En mi caso, era Mr. Thomas William Solomon Brown, un hotelero de Sudáfrica que viajaba en segunda clase. Antes de que empiece, hay una recreación de la proa frente a una pantalla verde, donde un fotógrafo profesional te toma una foto y la puedes comprar a lo que termina el recorrido.
El paseo inicia con un mural en el que aparecen imágenes de los pasajeros y explica por qué el acontecimiento aún genera tanta fascinación 109 años después. Se pasa a una sala donde ponen la era en contexto y explican cómo y por qué se construyó el barco, con detalles sobre el diseño y los materiales.
Hay una recreación de las bodegas antes de ingresar a los pasillos de tercera clase. Durante todo el recorrido se encuentran una serie de gigantografías con la historia de ciertos pasajeros y otros con una descripción de las clases, las cabinas, el precio del trayecto, cómo era la vida en 1912, las actividades que realizaban y hasta lo que comían.
Aquí es también donde inicia la muestra de los artefactos. En su gran mayoría es parte de la vajilla, que se conservó relativamente bien en el fondo del mar por casi 100 años. Cada una de las clases tiene una pantalla que reproduce un video en el que un actor disfrazado de alguien de la época explica lo espectacular que es el barco y todas las maravillas que ofrece.
El área de segunda clase no tiene mucho, solo gigantografías de los espacios comunes, descripciones de las amenidades, historias de algunos pasajeros y más vajilla. Pero, lo mejor está por venir.
La entrada a primera clase es por el grand staircase. Esta es, probablemente, el área más conocida del barco y una increíble recreación al detalle. Caminar por aquí se siente un poco irreal. Como esta es la parte más esperada por muchos, no te permiten tomarte fotos. Puedes subir las escaleras y, al igual que a la entrada, un fotógrafo te saca una foto para comprarla cuando finalice el paseo.
Aquí también hay unas pocas piezas de los azulejos del piso y otros ornamentos del lugar que recuperaron, además de algunas joyas y pertenencias de los pasajeros. Antes de llegar a la cabina de primera clase, hay un segmento con más artefactos, dinero de la época y un pedazo de candelabro.
Luego llega el momento del naufragio. Se pasa por varios espacios donde te cuentan cómo se dieron los hechos hasta el choque. Sales a un área que simula estar en exteriores y sientes la temperatura de esa noche. También hay una pantalla donde unos actores que interpretan al capitán y al telegrafista cuentan lo que está pasando. Se ve una recreación del iceberg y un modelo de cómo luce el barco en la actualidad, en el fondo del atlántico. También cuentan cómo fue el hallazgo de encontrarlo en los 80’s.
Tal vez lo más increíble es ver una sección del casco del barco, que mide 26×12 pies y se recuperó en 1998. La verdad no sé cómo la conservan tan bien después de tantos años bajo el agua, pero es prohibido tocarla. Tiene una línea del tiempo donde indican cómo fue el rescate y está en el museo desde 2008.
La visita finaliza con la exhibición de las pertenencias de ciertos pasajeros, cuyas maletas estuvieron empacadas a la perfección y se mantuvieron intactas por más de 90 años. También explican las repercusiones del desastre en la sociedad de la época y hay un mural con todos los nombres de los pasajeros y la tripulación.
A la salida escanee mi pase de abordar para enterarme que mi pasajero naufragó. El museo termina en la infaltable tienda de recuerdos que, de hecho, tiene ítems interesantes, como una reproducción de una guía que entregaban a los pasajeros de tercera clase, explicándoles sobre la luz eléctrica o la plomería, ya que muchos no conocían cómo funcionaban estas invenciones. Tienen unas láminas con los titulares de la época de los diarios del mundo. Como no tenía otra forma de conseguir mi foto en el grand staircase, me vi obligado a comprarla, pero está bien. Es un buen recuerdo.
En verdad me alegra haber visitado esta exhibición. Si eres fan de la película, es una gran experiencia para entender más sobre el suceso y tener una apreciación sobre la fascinante vida de ciertos pasajeros. Es una actividad histórica, educativa y en verdad merece la pena.